OPCIÓN A
Decíase que había entrado
en el Seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de
una su hermana recién viuda, de
servirles de padre; que en el Semi¬nario se había distinguido por su
agudeza mental y su talento y que había rechazado ofertas de brillante
carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su
Valverde de Lucerna, de su aldea perdida como un broche entre el
lago y la montaña que se mira en él.
¡Y cómo quería a los
suyos! Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus
padres hijos indómitos o reducir los padres
a sus hijos, y sobre todo consolar a los amargados y atediados, y
ayudar a todos a bien morir.
Me acuerdo, entre otras
cosas, de que al volver de la ciudad la desgraciada hija de la tía
Rabona, que se había perdido y volvió,
soltera y desahuciada, trayendo un hijito consigo, Don Manuel no
paró hasta que hizo que se casase con ella su antiguo novio, Perote, y
reconociese como suya a la criaturita,
diciéndole:
-Mira, da padre a este pobre crío que no le tiene más que en el cielo.
-¡Pero, Don Manuel, si no es mía la culpa...!
-¡Quién lo sabe, hijo, quién lo sabe...!, y, sobre todo, no se trata de culpa.
Y hoy el pobre Perote,
inválido, paralítico, tiene como báculo y consuelo de su vida al hijo
aquel que, contagiado de la santidad de
Don Manuel, reconoció por suyo no siéndolo.
Miguel de Unamuno: San Manuel Bueno, mártir
Don Manuel, que había
destacado por su talento en el Seminario, rechaza ofertas de una
brillante carrera eclesiástica y prefiere ejercer en Valverde de
Lucerna, su aldea. Allí se dedica por entero a “arreglar”
matrimonios y familias desavenidas, y a dar consuelo a los más
necesitados. El personaje que actúa de narrador recuerda el caso de
Perote, quien, por la mediación de don Manuel, se casa con la
hija de la tía Rabona, madre soltera, para darle un padre al niño, que a
su vez es ahora el gran apoyo de la vejez de
Perote.
(Este ejemplo que se propone sigue un esquema convencional de los textos expositivos y
argumentativos)
Como es sabido, aproximadamente, Miguel de Unamuno escribió San Manuel Bueno, mártir
durante el año de 1930, es
decir, apenas unos meses antes de la proclamación de la Segunda
República en 1931. Y en esta novela se reflejan, por igual, las
preocupaciones religiosas y filosóficas de Unamuno así como el
intenso debate social sobre la función social de la Iglesia en
el agitado contexto histórico español de aquellos tiempos: el
anticlericalismo radical y fanático de la izquierda frente al
catolicismo intolerante y reaccionario de la derecha.
Unamuno nos
presenta un cura de aldea que ante todo ama su labor y cuya verdadera
vocación es entregarse en cuerpo y alma al
servicio de sus paisanos. Así, en este fragmento, don Manuel
arregla matrimonios, reconcilia padres con hijos, hermanos con hermanos,
atiende espiritualmente a los enfermos y desvalidos o,
por ejemplo, busca un padre que dé apellidos a un niño fruto del
“pecado” de una madre soltera. De modo que el autor pretende
reivindicar la tarea social y humanitaria de los sacerdotes, por
encima de cuestiones políticas o ideológicas, tan candentes
durante la Segunda República española, y por encima de aquello que a él
le preocupaba especialmente: la creencia religiosa vivida
como un drama existencial donde luchan razón y fe, la
inmortalidad del alma o la existencia de la vida eterna.
Porque Miguel de
Unamuno llega a la conclusión de que “ser sacerdote” es mucho más que
creer, o no creer, en Dios o en la vida
eterna, mucho más que pertenecer al clero o conjunto de frailes,
sacerdotes, monjas, obispos… Unamuno, en esta novela, piensa que “ser
sacerdote” es trabajar para los demás, solidarizarse con
el prójimo, compartir los sufrimientos y tristezas, pero también
los gozos y alegrías de la vida cotidiana de la gente, aunque esta sea
habitante de una pequeña aldea perdida entre un valle,
una montaña y un lago.
Por otra parte,
resulta evidente que en la sociedad actual española han cambiado
bastantes cosas con respecto al mundo narrado
por Unamuno en San Manuel Bueno, mártir. En primer
lugar, aunque todavía conserva un peso muy importante en la vida moral y
en las costumbres, la influencia ideológica y política de
la iglesia católica ha disminuido notablemente. En segundo
lugar, la gente no habita en pequeños y aislados núcleos rurales, sino
que vive en un mundo altamente tecnológico y con la población
concentrada preferentemente en grandes ciudades.
Por esto, en esta
sociedad actual española totalmente europeizada, de libertad sexual y de
cultos, de costumbres mucho más
abiertas, relajadas y tolerantes (divorcios, abortos,
matrimonios de homosexuales, parejas de hecho, mayoría de edad a los 18
años…) resulta extraña e incomprensible la urgencia tremenda de
buscar un “marido” que dé “apellidos” como Dios manda a una
“madre soltera” como le ocurrió a la hija de la tía Rabona cuando se
casó con Perote; pues, afortunadamente, una mujer no está
obligada ahora a casarse para tener hijos o para vivir una vida
emancipada y en plena actividad profesional y laboral.
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